jueves, 13 de octubre de 2011

Mateo Txistu



Durante mi infancia, cuando vivia en un pequeño pueblecito en el Goierri en Guipuzcoa, escuhe una vez al abuelo de una vecina, contar esta historia, cuento o leyenda...



Cuando en las noches de tempestad se siente crujir las ramas de los árboles, el viento rugir entre las montañas y ladrar una extraña jauría de perros, la gente, sobrecogida de temor junto al fuego del hogar, solía susurrar: “Abadearen txakurrak“, es decir, “Los perros del abad”. Pero, ¿quién es tan misterioso clérigo, que asusta a los ciudadanos en las noches de tormenta?… pues es, ni más ni menos, que Mateo Txistu, el cazador errante.

Cuenta la leyenda que era éste un sacerdote, gran aficionado a la caza, a la que dedicaba buena parte de su tiempo. Un día, mientras oficiaba misa, sintió ladrar a sus perros, alertándoles tal vez de la cercana presencia de una liebre. La reacción del cura fue entonces la de dejar la sagrada forma sobre el altar, tomar presuroso su escopeta y correr en pos de la presa. Más su carrera ya nunca tendría fin.

Castigado por el Cielo, corre desde entonces, día y noche, año tras año, por toda la eternidad, persiguiendo una imposible presa. A veces se deja sentir, aunque nunca ver, por algunos humanos. Sucede durante fuertes temporales, o en días húmedos y brumosos. De su presencia tan sólo se advierten los ladridos de su jauría y un gran torbellino atravesando los bosques.

Se dice que en Segura (Guipúzcoa) una bruma portadora de un espíritu maligno que causa diversos males, tales como plagas que arruinan las cosechas de cereales, patatas y hierba y que es portadora de cólera, cruzó el pueblo en forma de neblina, dejando la desolación a su paso. Los habitantes decían que habían oído a los perros ladrar y que sus cosechas y animales enfermaron y los niños que oyeron los ladridos de los perros, fueron víctimas de locura y que por ello, tuvieron que trasladar al pueblo a un montículo, para que la bruma del mal, termináse su faena sobre la tierra donde yacía el pueblo.